El hecho es que días atrás una ciudadana preocupada por la limpieza (hay que recuperar aquel eslogan de "mantenga limpia España") me dio una lección de civismo a cuenta de la fumadera. Primero (mientras paseábamos), y al observar que a mi cigarrillo le quedaba media calada, se apresuró a decirme: "ni se te ocurra tirar la colilla al suelo". ¡Coño!, menudo susto me dio, que lo dijo con voz de sargento chusquero. Luego, sentados en la terraza de una sidrería y viendo que en la mesa no había cenicero, al tiempo que yo me fumaba un cigarrillo, me dio un curso acelerado sobre el tratamiento de las colillas sin morir en el intento ni ensuciar la acera. Previamente le pidió al camarero el mencionado receptor de desechos tabaqueros sin que el hombre le hiciera ni puto caso (en la terraza no ponemos ceniceros, dijo sin inmutarse).
Entonces, y gráficamente (como se ve en las fotografías), empezó el cursillo. "Apagamos el cigarrillo en la suela del zapato (izquierdo o derecho indistintamente), introducimos la colilla en la bolsita de plástico transparente que envuelve la cajetilla de tabaco o, en su caso, utilizamos una servilleta, y, finalmente, o lo dejamos sobre la mesa, o nos lo llevamos hasta encontrar una de esas papeleras-cenicero, penúltima morada de la colilla. ¿A que es sencillo?", apostilló. "Y tanto", respondí medio acojonado y con una mezcla de sorpresa y mosqueo en la mirada. En medio del alucine pensé para mis adentros: "si te ve Luis María (regidor mierense) ordena que te pongan una estatua en el parque Jovellanos".
Moraleja: Si fumas no siembres el suelo de mierda. Queda feo, es insano, atenta contra la salud pública y dice muy poco bueno de tí. Y sobre todo, si tiras la colilla al suelo procura no hacerlo en presencia de esta ciudadana. Puede montarte un pollo con receta Belén Esteban. Tú mismo.
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