Hay noticias que conmueven; la mayoría provocan indiferencia y un porcentaje mínimo de ellas llama la atención por su, digamos, "peculiaridad". Que Belinda, una joven de 18 años, ponga en venta su virginidad por cincuenta mil euros para evitar el embargo de la vivienda que ocupa con su madre y un hermano, puede parecer una salida de pata de banco o conmover, insisto; depende de cómo te pille el cuerpo la cosa y cuánto tiempo lleves haciendo la digestión. La cuestión es que muy negro lo tuvo que ver para intentar salir del trance mediante una subasta. Y no una subasta cualquiera sino la de su propio cuerpo, lo que habría podido hipotecar su futuro de forma irreversible, aunque a su edad el futuro queda tan lejano que ni se le ocurrió -quizá- pensar en él; imagino que en su pensamiento había cuestiones más urgentes a resolver que la de seguir siendo doncella. La culpa de todo la tuvo un mal padre y peor esposo que dejó "tirada" a la familia, sin un duro, y se fue con viento fresco en busca de fortuna, dejando atrás responsabilidades, compromisos y una vida que -imagino- no le iba.
Finalmente, y gracias a la ayuda de una congregación religiosa -dice la noticia-, Belinda ha retirado el anuncio de internet porque su honor está a salvo y la vivienda también. Es gratificante constatar que todavía quedan buenos samaritanos en el mundo que se conmueven con cosas como esta. Y da satisfacción comprobar que aun hay jóvenes emprendedores, con ideas, que utilizan la "cabeza" -entiéndase el cerebro- para solucionar sus problemas. Hay que poner a funcionar la imaginación, echarle valor, tener fe, y esperar a que amanezca para ver si un grito desesperado obtiene la respuesta social esperada.
A veces ocurre que nos despertamos de repente -no sé si conmovidos o escandalizados- dispuestos a evitar que la conciencia -¿dónde andará la mayor parte del tiempo?- nos recuerde una vez más tanta indolencia ante lo que ocurre a nuestro alrededor. Y reaccionamos como héroes, luchando contra la injusticia para dormir luego a pierna suelta, que la buena obra del día está hecha y nada tenemos que reprocharnos.
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