Shakira y Piqué con unos amigos (Foto tomada de Periodista Digital) |
Eso, desde mi punto de vista, es incitar a la violencia, repito. No se puede irrumpir a las bravas en la vida privada de dos ciudadanos quienes, víctimas de su propio glamur, de esa fama que se han labrado con su trabajo, están marcados por la indefensión. No hay jueces que eviten y/o sentencien esa intromisión en las vidas privadas de las personas -ya lo vivió en sus carnes Telma Ortiz, aunque con una denuncia quizá desmesurada- ni denuncias que pongan fin al acoso. El precio de la fama en este país les cuesta un huevo a determinado tipo de "famosos" porque los buitres, esos que viven de hurgar en las vidas ajenas, les importa una mierda el derecho que todos tenemos a la intimidad. Quienes no venden exclusivas ni sucumben a los encantos de los programas de telemierda, que diría Reverte, se libran, aunque no siempre; y para muestra tenemos a Fernando Alonso, acusado de desagradable, antipático, mal educado, etc., etc., porque no cede al chantaje de los medios relacionados con el mundo rosa y solamente habla de su profesión.
A bote pronto, recuerdo que una persecución a lo loco le costó la vida a Lady Di. Pero el morbo es lo que vende y vivimos en una sociedad morbosa, dependiente de la droga del papel cuché, adicta al seguimiento de vidas ajenas, de princesas del pueblo, de tele-prensa-basura que se disputa y paga a precio de oro un beso, una infidelidad o la rivalidad televisiva entre la Esteban y la Campanario. Ese es, en el siglo 21, el opio del pueblo.
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